A veces vuelves de un viaje largo con un sutil desplazamiento interior, un ligero avance mental que notas, por ejemplo, cuando posas la vista en un trabajo interrumpido por tu marcha. Eso es lo que parece haber vivido Eloy Tizón (Madrid, 1964) cuando, a la vuelta de un viaje a Cartagena de Indias, no veía posibilidad de continuar el libro de relatos que estaba escribiendo. Las ganas de escribir estaban intactas y la curiosidad le llevó a bucear en archivos antiguos. Ahí dio, casualmente, con la materia prima de Herido leve: ensayos, reseñas y prefacios de libros ajenos. Un material acumulado a lo largo de décadas. No sería el primero ni el último en recopilar este tipo de textos para publicarlos en un tiempo muerto entre dos libros mayores. Pero no es el caso, porque Herido leve sí tiene hechuras de libro mayor. De vez en cuando, el azar propicia desvíos que rinden más que cualquier proyecto concebido a largo plazo. Probablemente, Herido leve supondrá un punto cardinal en la trayectoria de Eloy Tizón.
En este libro se diluyen los límites de cada texto gracias a su común carácter exploratorio. El interés principal de su autor en libros anteriores, como Velocidad de los jardines, Labia, La voz cantante o Técnicas de iluminación, no parece estar tanto en la narración de unos hechos como en la interpretación más o menos onírica de los mismos, de ahí la importancia que en su narrativa adquiere la posibilidad de sintonizar las voces, los discursos subjetivos, el relato de una intimidad. Del mismo modo, Herido leve toma cuerpo desde una subjetividad similar que, en este caso, sintoniza las voces de sus autores a partir de unas claves de lectura que han dejado poso en su mirada de escritor y que la han ido modificando desde la adolescencia, allá por los años ochenta, cuando buscaba cartas de navegación para orientarse. Pero el tiempo también lee, también nos lee. Herido leve supone, además, la posibilidad de realizar un viaje en el tiempo que le permite a su autor revisarse como lector, el que era y el que es, para comprobar en qué ha cambiado y en qué se ha mantenido inalterable. A su vez, esa perspectiva se amplía a la memoria social, ya que la preparación del volumen supone también la posibilidad de comprobar las oscilaciones del gusto colectivo a lo largo de las últimas décadas.
En principio, Eloy Tizón se planteó hacer una selección de los textos conservados. Su criterio consistió en separar aquellos en los que todavía se reconocía y someterlos a una labor de reescritura modificando lo necesario para que el texto fuera más afín al lector y escritor que es ahora. Hacerlos partícipes de su propia madurez, a fin de cuentas. Una segunda fase del trabajo consistió en buscar una estructura coherente que evitase la aglomeración informe, uno de los motivos por los que suelen resultar fallidos este tipo de libros. La secuenciación de los textos en ocho bloques diferentes obedece a criterios puramente subjetivos, desplazando las piezas de un lugar a otro hasta que encajen con la voluntad de crear vínculos, de establecer referencias y de relacionar autores entre sí. La literatura como un amplio sistema de ecos. Como un encadenamiento de entusiasmos.
La historia de los libros es también la historia de los cuerpos que los escribieron. Por ello, los textos incluidos muestran aspectos de la vida de sus autores a modo de cortometrajes en los que se integra el discurrir de la argumentación. Son multitud los autores incluidos en Herido leve, sean clásicos contemporáneos o almas libres abocadas a la etiqueta de autores de culto, pero buena parte de ellos asoman bajo esa óptica narrativa, que ilumina aspectos esenciales de su forma de estar en el mundo, hechos cotidianos, que no aparecen en Wikipedia, pero de mayor cuantía por lo que ayudan a la hora de perfilar una personalidad y por la incidencia que pueden tener en nuestra forma de leer sus libros. Herido leve provoca, por ese motivo, pero sin serlo, el mismo placer de lectura que cualquiera de los muy celebrados libros de relatos del autor. No se trata estrictamente de crítica literaria, ni tampoco, por supuesto, de ficción, compartimentos ambos que resultan demasiado restrictivos para lo que cada texto suscita, fruto de una intoxicación de la trinidad narrativa, ensayo y poesía hasta completar un testimonio integral de una forma de estar en el mundo por medio de las lecturas realizadas.
Más allá de ese componente narrativo, el volumen se sustenta en un carácter argumentativo sólido que filtra las valoraciones subjetivas en su justa medida. Por la resonancia que tuvo y el debate que generó en su momento, merece la pena destacar la inclusión de “La metamorfosis del cuento”, varios textos integrados a modo de epígrafes mediante los que Eloy Tizón desmontó los clichés críticos que rodean al cuento, siempre tan exigido como pieza perfecta que pague con ello su brevedad. Hace referencia a una nueva hornada de autores que “hacen estallar las costuras del cuento” y sitúan la narrativa breve española en un lugar de privilegio por su calidad y capacidad de asumir riesgos, lo mismo que este volumen al completo, presentado en una edición exquisita de Páginas de Espuma acorde con su valor como literatura de la buena, la que engancha a la lectura.

Herido leve
Eloy Tizón
Páginas de Espuma, 2019
651 páginas