Jean-Luc Godard ya tiene 90 años, pero sigue soñando carreras por los pasillos del Louvre. Dice, por ejemplo, que todos los que carecen de imaginación se ocultan en la realidad. Seguramente lo dice en defensa de su cine, tantas veces controvertido precisamente por su singularidad. Aunque hoy es difícil hablar de la “realidad” sin caer en el anacronismo de los términos absolutos, ese «ocultarse» al que se refiere parece suponer una renuncia a la voz propia como posible voz diferenciadora. Supone, posiblemente, un parapeto ante la incapacidad para el riesgo o su renuncia calculada. En La huida de la imaginación, Vicente Luis Mora planteaba un marcaje mixto, en zona y al hombre, a la narrativa española actual que carece o renuncia a la ficción para ocultarse en una literatura autobiográfica o «basada en hechos reales». Una narrativa acorde con los vientos que soplan en el mercado.  Algo similar había aportado ya en la antología La cuarta persona del plural (Vaso Roto, 2016), una revisión de la poesía española actual bajo el prisma de la excelencia en un recorrido transversal por diferentes tendencias y estéticas. Y lo ha vuelto a hacer en La huida de la imaginación, esta vez para revolver en la novela española con el atrevimiento de establecer criterios de valor, de jerarquía, a contracorriente de una extendida tendencia acrítica. El relativismo posmoderno afea decir que unas cosas son mejores que otras, nos empuja a pensar que todo vale y que, en términos estéticos, todo vale lo mismo.

Efectivamente, si bajamos a ras de suelo, parece que la deriva actual va en una dirección igualitaria que diluye el criterio de jerarquía. Más que igualar, tiende a no mojarse, a evitar criterios de valoración en beneficio de un mercantilismo que globaliza toda manifestación cultural en un plano horizontal, de igualdad. Logra así obtener máximo rendimiento de lo que ha sido elaborado al sol que más calienta, sin ningún tipo de exigencia.

Para establecer un criterio valorativo en la literatura, y ante la tendencia dominante del mercado como valor referencial sin una crítica visible que lo rebata, es necesario reformular qué entendemos en la segunda década del siglo XXI por eso mismo, por literatura. Una de las virtudes de VLM es que ha sabido activar la crítica literaria a base de mojarse, de tomar partido, y de hacerlo mediante argumentos amparados en una sólida formación teórica que se reactiva y se interroga a sí misma por medio de la lectura (“Diario de lecturas”, http://vicenteluismora.blogspot.com, es todo un referente). Eso lo convierte en una figura vulnerable, porque hay una voz personal que no se oculta. Sus razonamientos y, sobre todo, sus juicios de valor, inherentes a una actitud crítica responsable con su cometido, quedan expuestos no ya a la discusión o matización en las mismas condiciones, lo cual es saludable, sino a la posibilidad de que se saquen de contexto sus valoraciones o sean objeto de una manipuladora lectura a la baja, como ha ocurrido en ocasiones.

De cualquier modo, La huida de la imaginación no ahorraba nombres y ejemplos concretos a la hora de discutirle a la novela española su giro autobiográfico en una época en la que el mercado privilegia los productos repetitivos. Además, como él mismo apuntaba en ese ensayo, las tradicionales derramas de subjetividad de la literatura se cruzan con las posibilidades de expansión del yo que permiten las tecnologías y las redes sociales. Respetando las necesidades de indagación personal que motive ese tipo de narrativa que, por otro lado, cuenta con notables excepciones, como pueden ser, en mi opinión, No entres dócilmente en esa noche quieta de Ricardo Menéndez Salmón, Parte de mí de Marta Sanz, puede que la abundancia de propuestas, el eco que se ha ido generando de que algo funciona ahí fuera, tal como ocurrió, salvando las distancias y posibilidades de expansión, con la novela picaresca en el siglo XVII, la consiguiente prisa y repetición de fórmulas que predicen el éxito, puede que, decía, sea un fenómeno no del todo ajeno a la exposición del yo en las redes sociales y sus buenos réditos de likes. La narrativa que se mantiene en las inmediaciones del autor promueve que el argumento sea compartible, porque es un argumento común, aparece nuestro bote de Cola-Cao, el coche de nuestro padre, las marcas de toda una vida. Una memoria común de larga sobremesa que adquiere posibilidades inmobiliarias. Un «entorno defensivo» en el que el escritor abre ligeramente su marco experiencial sin abandonarlo para que no sufra la credibilidad, pero que, por otra parte, puede provocar un decaimiento narrativo, una desmayada exposición de las aburridas circunstancias personales, falta de ambición literaria, carencia de interés lingüístico y estilístico, como dice VLM. En definitiva, un afán por parte del autor de proyectar una «figura de sí» que tiene su reverso en la línea del pensamiento de Byung-Chul Han cuando afirma que el sujeto de hoy parece un empresario de sí mismo, porque se explota a sí mismo. “Yo” es palabra y obra.

Lo excelente es raro, y por eso es excelente. Pero un arte sólo alcanza la excelencia si cuenta con una miríada de practicantes en la base de la pirámide. Ese ámbito de miríadas que son las redes sociales es el nuevo objeto de análisis de VLM en su ensayo La escritura a la intemperie, un nuevo tipo de escritura que supone un modelo alternativo, y a veces contrario, al tradicional. Si acabo de apuntar que cierta narrativa española parece refugiarse en un “entorno defensivo” para que no sufra la credibilidad y, de paso, generar una atención que vaya más allá de los “letraheridos”, de modo que sus historias personales encuentren eco en otro tipo de tráfico, cabe decir también que  la escritura en ese ámbito digital puede llegar a ser tan literaria como cualquier otra, si se dan las condiciones para ello, que no dejan de ser las mismas que se han intentado manejar siempre.

Hace referencia VLM a un informe del National Endowment of the Arts estadounidense, titulado “La lectura al alza”, que aporta datos muy diferentes a los presentados por medios y expertos. En 1982, cerca de 11 millones de personas estaban haciendo escritura creativa digital en EEUU. En 2002, ese número aumentó un 30 por ciento. Los usuarios habían descubierto una forma de elaborar y difundir objetos culturales, actividad que antes sólo estaba en manos de un colectivo de expertos. La plataforma de escritura en línea Wattpad cuenta con 65 millones de usuarios, que han escrito la friolera de cuatrocientos millones de historias. De ellos han salido algunos éxitos de venta impresos. Los booktubers adolescentes, esos jóvenes que graban vídeos en YouTube o Instagram comentando sus lecturas, convocan a más público de lo que puedan hacerlo Vargas Llosa, Pérez Reverte o la mismísima trinidad Carmen Mola en la feria del libro más mediática de las muchas que existen en todo el país. Y convocan un público de todas las edades, porque ya no son sólo los adolescentes hablando de libros para adolescentes los que utilizan esas plataformas. Todo ello aparece largamente documentado, y contado de forma mucho más amena de lo que lo estoy haciendo yo, en La escritura a la intemperie.

El ascenso de una nueva práctica de escritura, unido a la aparición de una figura autorial en áspera convivencia con la gravedad de la tradicional, forman el suelo de lo que VLM llama “escrituras a la intemperie”. No es una dirección estética, ni un grupo concreto de autores, ni un estilo, sino, más bien un conjunto abierto de prácticas, tanto creativas, como editoriales y críticas. Al igual que ha ocurrido con el arte, nos recuerda el autor, donde se han abierto espacios, tanto virtuales como analógicos, paralelos a los museos y a las galerías, o el cine que, para bien o para mal, comparte la presencia en las salas con la pantalla portátil, las escrituras a la intemperie desubican la práctica escritora de sus entornos habituales, como eran el papel y el libro impreso, para llevarlas a todas partes.

Las escrituras en estos formatos portátiles, las escrituras a la intemperie ya no son para VLM, o no sólo son, malas escrituras que intentan encontrar un lugar junto a las buenas. Se trata, en todo caso, de un sistema literario completo y nuevo, con sus poco ejemplos excelsos y sus millones de ejemplos olvidables, en la misma proporción que la literatura tradicional en papel.

Definir la amplitud y contornos de este fenómeno será labor de una crítica literaria dispuesta a pisar la calle. Una crítica formada en los lenguajes de nuestro tiempo, que sea parte antes de ser juez. Esto supone ir a buscar la escritura a la intemperie allá donde se encuentre, bastante más allá del buzón, incluso en otro mundo dentro del mundo. La única vía para rastrear cuáles pueden ser las formas de novedad más valiosas es arriesgando y equivocándose.

Apunta VLM que asistimos a una redefinición de la vida literaria en nuestro tiempo. En el ámbito de la vida diaria, cada vez se dicta más a los teléfonos, cada vez se graban más audios, la oralidad vuelve a ganar terreno, y la literatura no deja de ser un reflejo de esa tendencia con la proliferación de los audiolibros. Una vuelta al origen de las narraciones orales, de viva voz, que también empieza a vislumbrarse en los recitales poéticos, donde ya no es imprescindible el libro de poemas para disfrutar de la poesía. Basta escuchar una sesión de Miriam Reyes, de Berta García Faet o de Juan Carlos Mestre para saber lo que quiero decir.

Las ambiciones de esta escritura a la intemperie ya no son verticales, de perduración y posteridad, sino horizontales, de alcance y difusión.  VLM disecciona la nueva figura autorial en contraste con la del escritor grave que establece una innecesaria y tergiversada relación entre sufrimiento y escritura. Una conexión causal, como si la escritura causase algún tipo de herida metafísica comparable a las vitales. Es cierto que el sufrimiento y la escritura son almas gemelas, pero el sufrimiento a causa de o como consecuencia de la escritura se hace largo y cansino. Se hace eco VLM de manifestaciones durante la última década de una figura autorial que para nada padece sufrir esos padecimientos, que entiende la escritura como un fenómeno normal, para nada épico. Un fenómeno no trascendente por sí mismo, sino abarcador. Lo dice Agustín Fernández Mallo en la polifonía de voces que resuenan en La escritura a la intemperie: “A mí no me interesa la perduración en el tiempo, sino en el espacio”. 

La escritura a la intemperie.

Metamorfosis de la experiencia literaria y la lectura en la cultura digital

Vicente Luis Mora

Universidad de León, 2021

210 páginas

La huida de la imaginación

Premio Celia Amorós

XXXVI Premios Ciutat de València

Vicente Luis Mora

Pre-Textos, 2019

297 páginas