Durante una de las sesiones en que Clarice Lispector posó para De Chirico en su estudio de Roma, se oyó de repente el grito de un voceador de periódicos anunciando en la calle el final de la Segunda Guerra Mundial. Clarice también gritó y ambos, modelo y pintor, tras comentar de pasada el poco alboroto que la noticia causaba en la calle, siguieron a lo suyo, ella sin moverse un milímetro y él sin levantar la vista del lienzo, captando en rápidas ojeadas el rostro que tenía enfrente. La mirada altiva con la que Clarice Lispector observa al espectador en el retrato de Chirico se repite, mediante diferentes poses, en la mayoría de las fotografías de la autora brasileña que circulan por la red. Un semblante parecido al que podría tener Gloria Swanson en uno de los descansos del rodaje de El crepúsculo de los dioses. Altivez que esconde más conflicto que sentimiento de superioridad: “Yo escribo y así me libro de mí y puedo entonces descansar”, repetía a menudo Clarice.

También ella pintaba, y lo hacía, según dejó escrito, para liberar tensiones. Quería pintar la desnudez, una tela en blanco, el número cero. Puede que también para liberarse de sí misma. Para borrarse, en cierto modo. Muestra su biografía una problemática de identidad, de indagación personal y de extrañamiento que trasciende su narrativa sin encontrar culminación. Nace en Tchetchelnik, Ucrania, en 1920, cuando su familia ya tenía pensado trasladarse a Brasil. Llegan a Recife meses después y en 1929, tras la muerte de su madre, la familia se traslada a Río de Janeiro, ciudad que consideró la suya y donde fallece en 1977. Casada con un diplomático y madre de dos hijos, pasó largas temporadas en Europa mostrándose superficial en los cócteles de diplomacia y cerrada en banda ante cualquier atisbo de teoría sobre su narrativa: «No sé». A trazo grueso, este podría ser el perfil biográfico de una mujer que vivió solamente 57 años. Una mujer que a menudo se ocultaba bajo unas gafas negras y que parece bucear en otra dimensión. Alltiva, pero que se expande hacia abajo, en pleno vértigo de su mundo interior, posiblemente con una dramática vocación de integridad.

Apenas tenía 23 años cuando publica Cerca del corazón salvaje, su primera novela, todo un impacto en el panorama cultural brasileño de la época, que empezaba a desviarse de la novela del sertón hacia una tendencia más urbana y psicológica. Ese es el clima en el que surgen también sus primeros relatos, precursores en ese contexto literario del análisis psicológico e introspectivo. Nuevos horizontes formales con un lenguaje hipnótico, obsesivo, capaz de traducir verbalmente un mundo interior a la deriva. Con el bagaje de sus primeros cuentos y el impacto generado por su primera novela, la crítica brasileña se apresura a emparentar su escritura con el Ulises de Joyce, libro que ni siquiera había leído. Sí, en cambio, El lobo estepario de Hermann Hesse, una y otra vez.

Esta edición de Siruela, que cuenta con varios traductores al castellano de verdadero postín (Cristina Pier Rossi, Elena Losada, Juan García Gayó, Marcelo Cohen y Mario Morales), utiliza como referente la recopilación de toda la narrativa breve de Clarice Lispector publicada originalmente en Estados Unidos y Reino Unido en 2015. El volumen abre con la sección “Primeros cuentos”, publicados en diversas revistas cuando estudiaba Derecho en Río de Janeiro, textos anteriores a Cerca del corazón salvaje. Incluye a continuación los libros Lazos de familia (1962), La legión extranjera (1964), Felicidad clandestina (1971), ¿Dónde estuviste de noche? (1974), El viacrucis del cuerpo, escrito durante un solo fin de semana en mayo de 1974, Visión del esplendor (1975)  y dos narraciones agrupadas en la sección “Últimos cuentos” que se quedaron incompletas en el momento de su muerte, el 9 de diciembre de 1977.

Cuatro décadas de escritura se comprimen en este volumen. Lo más llamativo quizá sea la intensidad de un proceso de extrañamiento que mantiene íntegro su poderío, ensanchando sus posibilidades a lo largo del tiempo sin que en esencia se manifieste evolución alguna. En casi todos los cuentos el personaje protagonista es una mujer que se instala mentalmente fuera de la norma. Bajo débiles trazos argumentales, inicia una deriva mental provocada por un íntimo desasosiego de origen cotidiano. Un ejercicio de desvelamiento que se desliza por un terreno fronterizo entre la imposibilidad de comunicación con el entorno y la necesidad de expresarse. Mujeres, a su vez, que no dejan de tener problemas prácticos con sus maridos e hijos y que inician una lucha personal, una lucha a ciegas, sin estrategia ni armamento conceptual, contra la presión ideológica que les asigna un lugar domesticado en la sociedad.

Pero quizá el mayor placer que provoca la narrativa de Clarice resida en su capacidad para deshacer modelos gramaticales y generar un auténtico deslumbramiento a través del lenguaje. Un lenguaje rotundo, de fraseo corto y ritmo obsesivo. Un suceso banal es capaz de levantar, ya desde la primera línea, un torbellino de perplejidades y asociaciones de ideas. El poeta Lêdo Ivo se refirió a «la extranjería de su prosa» como una de las evidencias más contundentes de su lengua portuguesa. En el prólogo a esta edición, Benjamin Moser comenta que la propia autora se vio repetidamente obligada a recordar a sus lectores que su lenguaje extranjero no era consecuencia de su nacimiento en Europa o de un conocimiento deficiente del portugués: «Una de las mujeres más cultas de su generación no ignoraba la lengua normativa de los brasileños, del mismo modo que Schoenberg no desconocía la escala diatónica ni Picasso la anatomía». No hay en la narrativa de Clarice Lispector convenciones artificiales, la ruptura de la gramática simboliza, posiblemente, su propia fractura ante las convenciones de la vida. Para esta mujer alta, con extravagantes gafas oscuras y bisutería de gran dama carioca de mediados del siglo pasado, lo que llamamos «arte abstracto» posiblemente haya sido arte figurativo de una realidad más delicada y difícil, menos visible a simple vista. No puede haber paz en la extranjería de los que ven cosas así, salvo las tardes fuera del tiempo en el estudio de un pintor.

Todos los cuentos

Clarice Lispector

Prólogo de Benjamin Moser

 Traducciones del portugués de Cristina Pier Rossi, Elena Losada, Juan García Gayó, Marcelo Cohen y Mario Morales

Siruela, 2019 (2ª edición) 554 páginas