«Es muy difícil apartar la vista de los delanteros y del balón para mirar al portero – dijo Bloch – Se tiene uno que desprender del balón, es una cosa completamente forzada. En lugar del balón, se ve cómo el portero, con las manos apoyadas en los muslos, corre hacia delante, hacia atrás, se inclina a derecha e izquierda y grita a los defensas. Normalmente la gente se fija en él solamente cuando ya han lanzado la pelota hacia la portería».

El miedo del portero ante el penalty, Peter Handke

Argel, 1914. Barrio obrero de Belcourt, bañado por el mar. Una señora mayor, su hija con un bebé en los brazos y un niño que ya corre, abren y cierran todas las puertas de un apartamento en la calle Lyon. Acaban de mudarse. El apartamento ocupa un solo piso y las escaleras están a oscuras. El padre de los niños, Lucien Camus, ha muerto unas semanas antes en una de las primeras batallas de la guerra. El bebé cumple un año y se llama Albert. Acaba de llegar a su lugar en el mundo: «Crecí en el mar y la pobreza me fue fastuosa; luego perdí el mar y entonces todos los lujos me parecieron grises, la miseria intolerable. Aguardo desde entonces. Espero los navíos que regresan, la casa de las aguas, el día límpido. Aguardo pacientemente, pues soy civilizado con todas mis fuerzas. La gente me ve pasar por las hermosas calles; admiro los paisajes, aplaudo como todo el mundo, estrecho las manos de los conocidos, mas no soy yo quien habla. […] se me exige que diga quién soy. Nada todavía, nada todavía…».

Nadie a su alrededor sabe leer. No es en Marx, sino en la miseria donde toma conciencia de la libertad. Ese mundo de pobreza y de luz donde crece y cuyo recuerdo le preservó de dos peligros opuestos que amenazan a todo artista: el resentimiento y la satisfacción. En las noches de verano, bajan sillas y se sientan a contemplar los cafés de enfrente, los vendedores de helados, el estruendo de los niños corriendo. Buscar la felicidad es rechazar el fanatismo, reconocer la propia ignorancia, los límites del mundo y del hombre, el rostro amado, la belleza, en fin, una fidelidad a los propios límites, amor sereno y consciente por la propia condición. «Lo que somos, lo que tenemos que ser, basta para llenar nuestras vidas y ocupar nuestros esfuerzos. Para el pensamiento griego el cuerpo es forma suprema de naturaleza. A mediodía, cuando el mar vuelve a caer en sí mismo y hace silbar el silencio.»

Albert Camus realiza sus estudios primarios entre 1918 y 1923. Destaca entre sus compañeros, se convierte en un pequeño líder. Louis Germain, el maestro de escuela de Belcourt, descubre en él una inteligencia nada común. Gracias a su ayuda y a una beca por su condición de huérfano de guerra, continuará sus estudios de bachillerato. El alumno no olvidará la actitud de su maestro y le dedicará el discurso de su premio Nobel en 1957.

El Bachillerato supone el descubrimiento de un nuevo mundo lejos de la miseria. Juega al fútbol, practica la natación. Traza cientos de rayas de gol con el pie descalzo en la arena de la playa. Apunta sobriedad, colocación. En el uno contra uno aguanta hasta el último momento. Su nombre circula entre los ojeadores y pocos años después debuta como portero titular del Racing Universitario de Argel. Una posición privilegiada la del guardameta: perspectiva equidistante. Una moral: se aprende a no contar con nada y a considerar el presente como la única cosa que nos sea dada por añadidura. Su nombre se hace habitual a la cabeza de las alineaciones. Marca con los tacos de la bota una raya perpendicular a la línea de gol. Jersey azul, manoplas y calzón de color marrón. Rodilleras blancas. Visera. El sudor cerca de los ojos, pequeños pasos hacia adelante y hacia atrás. Latidos en la sien. Alguna palabra aislada del rugido tras la red.

Según atestigua el periódico deportivo La Rua, en la primera quincena de enero de 1931 aparecieron los primeros síntomas de una tuberculosis que obligará al guardameta del Racing Universitario, Albert Camus, a abandonar su carrera deportiva. Arrastrará la enfermedad el resto de su vida. Un tío suyo, Gustave Acault, carnicero con inquietudes intelectuales, le acoge en su casa y le estimula en la lectura. También Jean Grenier, su profesor de filosofía recién llegado de París y colaborador de Gallimard. En el comienzo del curso 1932-1933, el exguardameta compone sus primeros versos y los reúne bajo el título Intuiciones. Colabora también en la revista Sud con una serie de artículos sobre Bergson. Su propósito es licenciarse en filosofía. «Lo cierto es que, después de estudiarme mucho, logré descubrir la duplicidad profunda de la criatura humana. Comprendí entonces, a fuerza de hurgar en mi memoria, que la modestia me ayudaba a brillar; la humildad, a vencer, y la virtud, a oprimir. Hacía la guerra por medios pacíficos y obtenía, gracias al desinterés, todo lo que deseaba.» La duración de Bergson: el tiempo real es el tiempo de la conciencia. Así experimenta Peter Handke la duración:

«Y pude entonces explicar con palabras el sentimiento de la duración

como un acontecimiento que consiste en estar atento,

un acontecimiento que consiste en ser abrazado,

un acontecimiento que consiste en ser atrapado;

¿atrapado por qué?, por su sol suplementario,

por un viento refrescante,

por un acorde silencioso, dulce,

que afina y pone de acuerdo todas las disonancias».

Peinado hacia atrás con agua, subido el cuello de la gabardina, una colilla pegada a los labios. Albert Camus estudia en la pantalla el dandismo de Humphrey Bogart. La estética de la singularidad y de la negación: El dandy es por definición un oponente. Sólo se mantiene en el desafío. Su vocación está en la singularidad; su perfeccionamiento, en la puja. Siempre en ruptura, al margen, obliga a los otros a crearlo, negando sus valores. Juega su vida por no poder vivirla. De ese gesto nace una toma de conciencia, la percepción de que hay algo en el hombre con lo que puede identificarse al menos por un tiempo. A través de la revista «Ikdam» y el grupo del mismo nombre, Camus entra en contacto con la causa musulmana que exige una igualdad de derechos con los colonos franceses de Argel. La salvación del hombre mediante la acción, mediante la voluntad. Descubre a Shopenhauer y la filosofía vitalista de Nietzsche: En medio del más negro nihilismo, sólo busqué razones que permitieran superarlo. Y no hice esto por los demás, por virtud ni por rara elevación del alma, sino por una fidelidad instintiva a una luz en la que nací y en la cual, desde hace millones de años, los hombres aprendieron a celebrar la vida hasta el sufrimiento.

«Este año ha nevado en Argel. No ocurría desde hace veinte años […] Tras la llamada del muecín, se dejan oír en el frío glacial voces de mujeres y,a veces, estalla una risa en el gris del amanecer. Hassiba tiene 45 años y el vientre fatigado de haber parido cinco hijos, el mayor de los cuales murió abatido por una ráfaga de balas hace tres años, cuando tenía 22, justo a la entrada del callejón que conduce a la casita en ruinas donde viven […] Abandonada por su marido, que ni siquiera se molestó en divorciarse antes de emigrar a un país del Golfo, hace 15 años que Hassiba trabaja como limpiadora para ganarse la vida y mantener a sus cuatro hijos. Tiene un contrato a jornada completa en una empresa del Estado, pero trabaja además en una compañía privada para completar sus magros ingresos. Esta mujer, tan delgada, con un rostro dominado por unos ojos negros faltos de sueño, es la que acaba de reírse mientras lanzaba una bola de nieve a una de sus amigas» (EL PAÍS, 28-03-1999)

Al entrar en contacto con la causa musulmana, madura en Camus un personal concepto de lo mediterráneo que fluirá a lo largo de toda su obra. La naturaleza abundante, el mar y el sol argelinos. La luz mediterránea desde el concepto africano del esclavo, no desde el concepto latino del amo: La rebelión va acompañada de la idea de tener uno mismo, de alguna manera y en alguna parte, razón. En esto es en lo que el esclavo rebelado dice al mismo tiempo sí y no. Afirma, al mismo tiempo que la frontera, todo lo que sospecha y quiere preservar a este lado de la frontera. demuestra, con obstinación, que hay algo en él que vale la pena, que exige vigilancia. De cierta manera opone al orden que le oprime una especie de derecho a no ser oprimido más allá de lo que puede admitir.

Se resiste a militar en ningún partido. Como un insecto ante la amenaza, permanece impasible a la militancia política de sus compañeros y amigos, afiliados progresivamente al Partido Comunista. Sin embargo, el guardameta se mueve decididamente hacia la izquierda y se le asigna la responsabilidad de la célula comunista de Belcourt. Jean Grenier le advierte, sin resultado, de los peligros que entraña su adhesión al partido. Cuestiona su dogmatismo. Camus es un hombre de voluntad que quiere actuar en coherencia con su pensamiento, pero la salud no le deja avanzar. Logra un empleo en la prefectura de Argel que tiene que abandonar al poco tiempo. No compensa que se libre del servicio militar. Se casa con Simone Hié.

Prácticamente en secreto, Albert Camus se afilia en 1935 al Partido Comunista de Argel. Entra con mal pie, porque al mismo tiempo se hace patente la adicción de Simone a las drogas. Deciden separarse una temporada. Simone, con un pañuelo cubriendo su cabello y gafas oscuras, descansa en las Baleares. Camus empieza a redactar sus carnets. Se siente liberado, más ligero. Recupera el ánimo y emprende, dentro de la agenda cultural del partido, un programa de educación de adultos que completa con un cinefórum. Estimulado por el descubrimiento de las posibilidades expresivas del teatro, funda un grupo teatral con sus amigos, «Le Théâtre du Travail». Más allá de cualquier intención política, prevalece en él un interés educativo. Redacta un manifiesto para fijar intenciones: «Este teatro tiene conciencia del valor artístico propio de toda literatura de masas, quiere demostrar que el arte puede ganar algunas veces al salir de su torre de marfil y cree que el sentido de la belleza es inseparable de cierto sentido de la humanidad. Estas ideas no son nada originales… su esfuerzo consiste en restituir algunos valores humanos y no en aportar nuevos temas de pensamiento».

Su activismo político tiene hambre de lo que sucede en Europa. Señala con círculo rojo un punto en el norte de España y, tras documentarse, escribe en colaboración un drama titulado Revolución en Asturias. Se encarga de la puesta en escena y de la escritura del coro final hablado. La obra no puede ser representada, el alcalde de Argel lo prohíbe. Se le pasa por la cabeza organizar un mitin de protesta, pero un amigo suyo editor decide publicarla en mayo de 1936. La primera tirada se vendió en apenas dos semanas.

Camus redacta su tesis universitaria intentando establecer relaciones entre el cristianismo y el pensamiento helénico. San Agustín y Plotino. Obtenida la licenciatura, podría acceder a una cátedra, pero su salud le impide avanzar de nuevo. Alquila una casa y vive en ella con sus amigos. Una comuna en el alto de Sidi Brahim, un lugar desde el que se ve la ciudad, la bahía, el puerto y las montañas. La casa-ante-el-mundo, que dará lugar al escenario de su primera novela, La muerte feliz. El protagonista se llama Meursault y su propósito es ser feliz, una felicidad que consista en la experimentación de la vida en estado puro. Fundirse con la naturaleza como medio para encontrarse a sí mismo. Mar y sol, Meursault. El hombre natural, desnudo de toda máscara. En los primeros capítulos muestra la otra cara de la moneda: la banalidad cotidiana del trabajo rutinario en una oficina, la comida diaria en un bar, las relaciones amorosas con una compañera de trabajo. Luego, la ruptura. La rebelión. Ver y estar. Sentir los propios lazos con una tierra, el amor a un grupo de amigos, saber que hay siempre un lugar en que el corazón experimenta su armonía. La novela no pasará de un primer borrador, pero desembocará más adelante en El extranjero.

Ives Bourgeois le propone un viaje por Europa en 1936. Acepta porque la situación no es alentadora, sabe que la guerra en España ha arrancado precisamente desde Marruecos. Pero el azar, como ese balón envenenado que entre un barullo de piernas llega a las manos del guardameta inmóvil, lleva hasta las suyas una carta dirigida a Simone. Se entera de la doble vida que lleva su mujer para obtener la dosis necesaria. El viaje se echa a perder. Recibe un golpe anímico que le hace sentirse insignificante, su amor por la verdad ha sido humillado. Deja constancia de ello en el relato «La muerte del alma» y en algunos pasajes de La muerte feliz. Decide separarse definitivamente de Simone e inicia una dura travesía interior cuyo oasis será el triunfo electoral del Frente Popular en Francia. Las repercusiones en Argelia le serán muy favorables al ser nombrado secretario general de la recién creada Casa de Cultura de Argel. Presenta un programa ambicioso: una sección de prensa con tareas de publicidad, otra dedicada a espectáculos populares, conciertos de música argelina, exposiciones e incluso un laboratorio de investigación científica. Pretende hacer de Argel la capital intelectual del mundo mediterráneo. Con la defensa de la identidad mediterránea de Argelia pretende oponerse al regionalismo fascista del momento e iniciar una lucha a favor de una población cuyas libertades no son respetadas. El Partido Comunista apoya a los musulmanes como parte integrante del proletariado francés, pero su política adquiere progresivamente un giro colonialista ante el temor de la aparición de un movimiento nacionalista radical. Le sugieren a Camus que revise sus posiciones y se resiste. Le expulsan del partido en noviembre de 1937. Se cierra la Casa de Cultura de Argel como consecuencia más inmediata. El difícil equilibrio de la concesión en el amor y en la guerra.

Sigue al frente de su grupo de teatro, que pasará a llamarse, tras la expulsión del partido, «Théâtre de l’Équipe». Dirige, escribe y actúa. En el verano del 38 concluye Calígula y los textos que integran Bodas. Camus conoce a Pascal Pia, que le abrirá las puertas del periodismo. Pia es el redactor jefe del Alger Républicain, un nuevo diario de tendencia izquierdista. Un local improvisado con una vieja rotativa y una docena de linotipias. Camus empieza como reportero y poco a poco acabará por encargarse de los editoriales, la crónica negra y reseñas literarias. Es el primero en escribir sobre La náusea, de su amigo Jean-Paul Sartre. Realiza una comprometida labor de investigación sobre problemas políticos y sociales. Desde las páginas del periódico, insiste con ejemplos concretos en los puntos débiles de la justicia. Sus famosos reportajes sobre la región de Cabilia. Denuncia la situación de una región superpoblada, confiscada por los colonos franceses y obligada a importar trigo que no podía pagar. A partir de esa experiencia, se toma el periodismo como plataforma desde la que luchar por los más desfavorecidos. Una escuela de aprendizaje en la que forja un estilo. La asistencia a múltiples juicios le permite constatar el mecanismo de la justicia, algo de lo que echará mano en El extranjero: «Siempre seré un extranjero para mí mismo… extranjero ante mí mismo y ante el mundo».

Pese a los esfuerzos de Camus, el periódico sufre la crisis prebélica y cierra a finales de 1939. La guerra le sorprende en Argel. Su actitud moral es la del pacifista, pero, hombre de voluntad, su compromiso ético con los demás le empuja a enrolarse. Una vez más, su salud se lo impide y será rechazado. Busca desesperadamente un empleo y lo consigue de nuevo por mediación de Pia. Esta vez tiene que trasladarse a Francia para incorporarse al Paris-Soir, diario sensacionalista del que será secretario. No se acostumbra, pero en París logra acelerar los trámites del divorcio. «Proyecto de una novela: uno de los secretos de B. es que jamás pudo aceptar ni soportar, ni simplemente olvidar, la enfermedad y la muerte. De ahí su distracción profunda. Se agota ya solo con vivir igual que los demás, simulando la poca despreocupación e inocencia que se requieren para seguir viviendo. Pero en el fondo de sí misma, jamás olvida. Ni siquiera posee la suficiente inocencia para el pecado. La vida para ella no es más que el tiempo, que es enfermedad y muerte. Ella no acepta el tiempo. Se empeña en un combate perdido de antemano. Cuando cede, hela aquí a la deriva, con un rostro de ahogada. No es de este mundo porque lo rechaza con todo su ser. Todo parte de ahí.»

Una vez conseguido el divorcio, se casa con Francine Faure, profesora de matemáticas en Argel. Contigo pan y cebolla, ese es el lema. Su matrimonio vuelve a coincidir con penurias económicas, ya que una reducción de plantilla en el Paris-Soir le deja de nuevo en la calle. Decide entonces regresar a Argelia y se instala en Orán. Se dedica a impartir clases en una escuela privada y ayuda a huir a numerosos judíos pese a la estrecha vigilancia de las autoridades argelinas sobre su persona. Siente a la vez atracción y repulsa hacia Orán: «Con frecuencia he oído a los oraneses quejarse de su ciudad: No hay ambiente interesante. ¡Ah, diablos, no lo querrían! Algunas buenas personas han intentado aclimatar en este desierto las costumbres de otro mundo, fieles al principio de que no se puede servir al arte o a las ideas sin ser varios. El resultado es tal que los únicos ambientes simpáticos siguen siendo los de los jugadores de póquer, aficionados al boxeo, jugadores de bochas y sociedades regionales. Allí, por lo menos, reina la naturalidad. Existe cierta grandeza a la que no le sienta la elevación. Es infecunda por esencia. Y los que desean encontrarla dejan los ambientes para bajar a la calle».

En 1941 Camus termina El mito de Sísifo, ensayo que simboliza lo absurdo de la existencia humana. Un absurdo que, ante la impotencia, podría llevar a la idea de suicidio. Pero, como en el caso del mito, el despertar de la conciencia supera la inclinación suicida. Sísifo es consciente de su propia condena y la acepta. Imagina un Sísifo feliz por esa razón. Una afirmación de la vida individual en sí y por sí misma, deseable justamente por absurda, sin sentido último ni justificación. El hombre absurdo es por tanto quien en la aceptación lúcida de su absurda existencia es capaz de amar intensamente la vida, disfrutando de cada acto presente sin pensar en el mañana. Meursault nadando en la playa. Hay una metafísica del área pequeña: la verdadera moral no se separa de la lucidez: «Ser puro es encontrar de nuevo esa patria del alma en que se hace sensible el parentesco del mundo, en que los latidos de la sangre se unen a las pulsaciones violentas del sol de las dos de la tarde […] Todo lo que exalta la vida acrecienta al mismo tiempo la absurdidad. En el verano argelino, aprendo que solo una cosa es más trágica que el sufrimiento: la vida de un hombre feliz. Pero puede ser también el camino hacia una vida más grande, ya que lleva a no hacer trampas».

En Turenne, a 140 km de Orán, brota una epidemia de tifus. Camus comienza a escribir La peste. El escenario será la ciudad de Orán. La crítica da dos claves de lectura: la invasión y el totalitarismo nazi o la idea de que no hay que rendirse ante la muerte, como no lo hace el doctor Rieux ante el flagelo de la peste. Solidaridad y compromiso del hombre a favor del hombre. La peste tiene un sentido social y un sentido metafísico. Es exactamente el mismo. Esta ambigüedad es también la de El extranjero.

En el verano del 42, Francine y Camus realizan un viaje por Francia. Desde Lyon llegan a Le Chambon-sur-Lignon, en Auvernia. Se instalan allí, pero a finales de verano, Francine tiene que regresar a Orán por motivos de trabajo. Camus decide quedarse un poco más en Francia y el desembarco de los aliados en el norte de África le impedirá regresar a Argelia. No volverá a ver a Francine hasta la Liberación. Vive en Le Panelier, cerca de Chambon, y entra en contacto con grupos organizados de la Resistencia. Colabora en el periódico Combat y escribe artículos para revistas clandestinas, entre ellos, Cartas a un amigo alemán: «Jamás he creído en el poder de la verdad por sí misma. Pero ya es mucho que, a igual energía, la verdad triunfe sobre la mentira. Ese difícil equilibrio es lo que hemos logrado, y hoy les combatimos amparados en ese matiz. Me atrevería a decir que luchamos precisamente por matices, pero por unos matices que tienen la importancia del propio hombre. Luchamos por ese matiz que separa el sacrificio de la mística; la energía, de la violencia; la fuerza, de la crueldad; por ese matiz aún más leve que separa lo falso de lo verdadero y al hombre que esperamos, de los cobardes dioses que ustedes soñarán».

Camus se traslada definitivamente a París y consigue trabajo como lector de la editorial Gallimard. Participa cada vez más activamente en el grupo de resistencia Combat y en su periódico clandestino. Se le ve a menudo en el Café de Flore con Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, un trío inseparable. También son de la partida Jean Genet, Julien Gracq y Boris Vian. Lluvia fina sobre ese París de la chapa ondulada de los Citroën, las gabardinas, el pitillo calado. La estética del existencialismo. Un año antes Michael Curtiz rodaba Casablanca y en el Café de Rick se cantaba a coro La marsellesa en honor de la Resistencia. Rick y Camus: ¿Se puede vivir sin creer en nada? «La respuesta es afirmativa. Sí, si se hace de la falta de fe un método, si se lleva el nihilismo hasta las últimas consecuencias y si, desembocando entonces en el desierto y confiando en lo que va a venir, se siente con un mismo impulso dolor y alegría.»

Camus introduce a Sartre y a Simone en el grupo de Combat. Se encarga de la puesta en escena del drama de Sartre A puerta cerrada y concluye El malentendido, estrenado en 1944 con un estrepitoso fracaso de público. El 24 de agosto hace mucho calor en París, pero la ciudad es una fiesta. La gente se agolpa en las aceras, se limpia el sudor con el pañuelo, desde los balcones lanzan tiras de confeti. Es el día de la Liberación, desfilan las tropas aliadas. Detrás, llega Francine. No será al principio un reencuentro fácil, ha pasado mucho tiempo y de forma muy distinta para ambos. Las experiencias de Camus, aunque dolorosas en ocasiones, han sido muy enriquecedoras. Ya codirige Combat, que se convierte en uno de los periódicos más populares de Francia gracias a la calidad de sus editoriales. La prensa no es más verdadera por ser revolucionaria. Solo es revolucionaria cuando es verdadera.

El 16 de mayo de 1945 también hace calor en Sétif, pequeña ciudad entre Argel y Constantina, pero aquí la gente corre delante de las tropas francesas. Es el día de la revolución. Camus se presenta en Argel: «No sé si me hago comprender bien. Pero al volver a Argelia tengo la misma sensación que al mirar el rostro de un niño. Y, sin embargo, sé que no todo es puro». Realiza una serie de encuestas cuyos resultados quedarán registrados en las páginas de Combat. Desde esas mismas páginas, hace una llamada al Gobierno francés para que se establezca la democracia en su país. No deja de temer que la conjunción de miseria y represión conduzca al pueblo argelino hacia el resentimiento, la rebelión, el levantamiento: «Para una nación como Francia, existe una forma suprema de renuncia que es la injusticia. En Argelia, esta renuncia precedió a la revuelta árabe y explica el nacimiento de esta, aunque no justifique sus excesos». A través de su labor periodística, hilvana una reflexión política que se alimenta cada vez más de su protesta contra la violencia: «Ya no quedan inocentes en Argelia, salvo aquellos, vengan de donde vengan, que mueren. Cuando el oprimido empuña las armas en nombre de la justicia, da un paso en la tierra de la injusticia». Jean Daniel, con quien Camus compartía despacho en la redacción de L’Express, denunciaba desde las páginas de Le Nouvel Observateur, ya en pleno siglo xxi, la cobertura mediática de los actos violentos, unas veces indiferente, otras, partidista. En su contexto, Camus piensa en las matanzas contra los civiles, sobre las que no cesa de afirmar que ensucian y alienan todas las causas. Se vuelca en la necesidad de conseguir una tregua para negociar la paz, pero esa paz sabe que no será tampoco la del Frente de Liberación Nacional: «Para ser útiles tanto como equitativos, debemos condenar con igual fuerza y sin precauciones lingüísticas el terrorismo aplicado por el fln tanto contra los civiles franceses como, e incluso en mayor proporción, contra los civiles árabes. Este terrorismo es un crimen que no se debe disculpar ni permitir a nadie […] Después de todo, Gandhi ha demostrado que se podía luchar por el pueblo y vencer sin dejar ni un solo día de ser digno. Sea cual sea la causa que se defiende, siempre quedará deshonrada por la masacre ciega de una multitud inocente en la que el asesino sabe con antelación que alcanzará a la mujer y al niño».

A principios de 1946 realiza un viaje por Estados Unidos para pronunciar un ciclo de conferencias en distintas universidades. Es acogido con gran entusiasmo por los estudiantes norteamericanos. Se sorprende, no lo esperaba. De vuelta en París se muestra activo, con ganas de escribir. Concluye La peste y funda la colección L’Espoir para Gallimard.

Llegan noticias sobre la existencia de campos de concentración estalinistas. «El mal que un solo hombre experimenta se convierte en peste colectiva.» En Combat surgen las primeras grietas, síntoma de disensiones ideológicas. Camus empieza a distanciarse ideológicamente de la política de la urss y desconfía ya del valor de la Revolución rusa. La lucha por el predominio y por el poder ha eliminado la utopía. Mantiene el tipo del periódico con una serie de reflexiones morales y políticas que luego reunirá en libro: «Aceptar lo absurdo de todo lo que nos rodea es una etapa, una experiencia necesaria; no debe convertirse en un callejón sin salida. Suscita una rebeldía que puede ser fecunda. Un análisis del concepto de rebeldía podría ayudar a descubrir nociones capaces de devolver a la existencia un sentido relativo».

«Las etapas de una vida no deben convertirse en un callejón sin salida. Hay que saber marcharse. El precio que hay que pagar es caro para quien avanza por principios y lealtades. Lo sabe quien no cede. Los que se encierran en esos callejones, en nombre de los mismos valores, no perdonan. Quien es libre es benévolo.» Camus, quizá espoleado por su enfermedad, pero también por su conciencia, sigue adelante. Para ser, el hombre debe rebelarse. «Me rebelo, luego soy.»Una rebeldía existencial que supone el inicio de sus problemas con Sartre y el deterioro de las relaciones con otros escritores amigos. Viaja por Chile y por Brasil. En Argentina se prohíbe la representación de El malentendido y ni siquiera puede entrar en el país. A la vuelta, su estado de salud es muy delicado. Debe guardar reposo absoluto, pero dedica las mañanas en su casa a la escritura de un nuevo libro, El hombre rebelde.

Albert Camus (Argelia, 1913 – Francia, 1960)

El hombre rebelde se publica en 1951. Desarrolla una reflexión sobre la rebeldía y su modo de manifestarse en el arte. La rebeldía como forma de existir. Parte de una conciencia de lo absurdo que envuelve la existencia del ser y de la esterilidad del mundo. Una conciencia de extranjero. Este sentirse extranjero no es una actitud individual, sino algo que el hombre comparte con el resto de la humanidad. De ahí la rebelión metafísica: el movimiento que impulsa al hombre a levantarse contra su propia condición o contra toda la creación (Caín, Edipo, Prometeo, Baudelaire, Sade, Dostoyevski, Rimbaud, Breton…). Y la rebelión histórica: cuestionar el marxismo, pues toda revolución en la historia tiende hacia el imperialismo y a convertirse en una forma de esclavitud. Las críticas le vendrán tanto de la derecha como de la izquierda. La que más le duele es la de Sartre en Les Temps Modernes. Para Sartre, El hombre rebelde es un libro fallido porque se sitúa fuera del contexto histórico, e insultante porque reprocha a los estalinistas ser prisioneros de la historia. Sartre le advierte a Camus que su individualismo y su rigor ético son ineficaces. Camus contesta días después en las mismas páginas. Reivindica su individualismo, consistente en la búsqueda de la verdad: «Si la verdad me pareciera de derechas, sería de derechas». Sartre le responde a su vez reprochándole no tener en cuenta la lucha de clases y negar la revolución y la historia, dos fuerzas en las que creía firmemente. Camus le reprocha en el siguiente artículo que sacrifique sus convicciones y sus principios a la dudosa eficacia de su alianza con el comunismo, incompatible con esos principios. Le repite su confianza en una sociedad fundamentada en el concepto de solidaridad y de equilibrio de fuerzas, desechando el mito de la historia. Su amistad se rompe definitivamente. Inseparables hace pocos años en la terraza del Café de Flore, en los teatros alternativos, en los muelles del Sena, cruzando en diagonal las calles del viejo París. Camus es considerado despectivamente un artista por los seguidores de Sartre. Empecé a amar el arte con esa pasión violenta que la edad, lejos de disminuir, ha vuelto más y más exclusiva. «Aquella enfermedad añadía otras trabas, y de las más duras, a las mías. Pero favorecía, finalmente, esa libertad de corazón, ese ligero distanciamiento con respecto a los intereses humanos, que siempre me resguardó de la amargura y del resentimiento. Este privilegio, que lo es, desde que vivo en París, bien sé que es regio. Pero lo cierto es que he gozado del mismo sin cortapisas. Como escritor, empecé a vivir rodeado de admiración, lo que, en cierto sentido, es el paraíso terrenal. Como hombre, mis pasiones nunca fueron contra. Siempre fueron destinadas a mejores o mayores que yo.»

Camus sigue adelante con su protesta individual. En 1952 dimite como miembro de la Unesco, al aceptar este organismo la incorporación de la España franquista. En 1955 estalla la guerra de Argelia. Se rebela contra la política colonialista francesa y contra la violencia de los rebeldes árabes.

En 1956 Rusia invade Hungría. Muchos intelectuales europeos abandonan la militancia comunista.

Durante estos años vuelve el gusanillo del teatro. El barroquismo de Calderón o, tras una intensa correspondencia con Faulkner, la traducción y adaptación de Réquiem por una monja. Escribe La caída, una novela pensada como examen de conciencia. Publica los seis relatos de El exilio y el reino, seis mundos habitados por gente doble, que está aquí y está en otra parte.

«A veces yo simulaba tomarme la vida en serio. Pero bien pronto se me manifestaba la frivolidad de la seriedad misma, y entonces continuaba solamente desempeñando mi papel lo mejor que podía. Representaba el papel de la eficacia, de la inteligencia, de la virtud, del civismo, de la indignación, de la indulgencia, de la solidaridad, de la ejemplaridad… basta, no sigo. Ya habrá comprendido que yo era como mis holandeses, que están ahí sin estar: ya estaba ausente en el momento en que ocupaba más sitio. Solo fui verdaderamente sincero y entusiasta en la época en que practicaba deportes, y también en el regimiento, cuando actuaba en las obras que representábamos por puro placer. En los dos casos había una regla del juego, regla que no era seria, y que uno se divertía en tomar por tal. Aún ahora, el estadio abarrotado en los partidos de los domingos, y el teatro, que siempre he amado con una pasión sin igual, son los únicos lugares en que me siento inocente.»

Sonaban Pasternak y Beckett, pero como el guardameta que emprende una carrera en el tiempo añadido y surge de improviso en el área contraria para rematar de cabeza, el 17 de octubre de 1957 le conceden el Premio Nobel de Literatura a Albert Camus. Causa sorpresa y no faltan los comentarios negativos de quienes consideran su obra acabada. Camus presenta en Estocolmo y luego en Upsala dos discursos que se publicarán al año siguiente. Con el dinero del Nobel se compra una casa en Lourmarin, Provenza. Y viaja por Grecia a pesar de su resentida salud. «Dejo el barco por la mañana temprano y voy a bañarme a la playa de Rodas, a veinte minutos de allí, yo solo. El agua es clara, suave. El sol, al comienzo de su carrera, calienta sin quemar. Instantes deliciosos que me recuerdan aquellas mañanas de La Madrague, hace veinte años, cuando yo salía, aún medio dormido, de la tienda, a pocos metros del mar, para sumergirme en el agua soñolienta de la mañana. Por desgracia, ya no sé nadar. O más bien, no puedo respirar como antes lo hacía. Da lo mismo, siento dejar la playa donde acabo de ser feliz.»

En las navidades de 1959, André Malraux, ministro de Cultura, le ofrece a Camus la dirección de la Comédie Française. Fijan la respuesta definitiva para el 4 de enero a primera hora. París amanece nublado el 4 de enero de 1960. Malraux espera toda la mañana en su despacho. Camus pierde el control del coche que le prestó Michel Gallimard y tiene un accidente. Fallece en el acto. «Debo morir —me digo—, pero esto nada quiere decir, pues no logro creerlo y solo puedo tener la experiencia de la muerte de los demás. He visto morir hombres. He visto morir perros, sobre todo. Lo que me confundía era tocarlos. Pienso entonces: flores, sonrisas, deseos de mujer, y comprendo que todo mi horror a morir reside en mi celo por vivir. Tengo celos de quienes vivirán y para quienes flores y deseos de mujer tendrán todo su sentido de carne y sangre. Soy envidioso, porque amo demasiado la vida para no ser egoísta». Una ambulancia bajo la lluvia, los conductores que miran de reojo, los gendarmes que reanudan el tráfico a la entrada de París. Una muerte anónima. Alguien recoge del asfalto una cartera negra muy usada. Dentro, un manuscrito. En el primer folio, tres palabras: «El primer hombre». Fragmentos autobiográficos para componer una novela. Se publicará en Gallimard treinta y cuatro años después, en 1994.

Ser el dueño del área pequeña, medir la lejanía, tener perspectiva. El hueco de los espacios intermedios. La sonrisa de Mersault ante María cuando se sacude en la playa el agua del pelo. El sabor a sal en la piel después de haber nadado. Respuesta a la pregunta de cuáles son las diez palabras que prefiero: mundo, dolor, tierra, madre, hombres, desierto, honor, miseria, verano, mar.

Albert Camus