Arthur Daane, el narrador de la novela El día de todas las almas de Cees Nooteboom, se pasea con su cámara por Berlín en busca de un signo. Podría ser una huella en la nieve, una flor moviéndose, una pequeña rama que alguien ha soplado. Indicios, cosas a las que nadie presta atención pero que están ahí. Residuos que permanecen. De modo similar, Agustín Fernández Mallo se revela en Teoría general de la basura como un adicto a la periferia de las cosas. Parte siempre de su experiencia personal para otorgar plenitud teórica tanto a la cultura contemporánea como a su labor creativa iniciada hace más de una década con el proyecto Nocilla.
Teoría general de la basura aborda dicho análisis evitando cualquier planteamiento sistemático. Todo comienza con una imagen plasmada en la portada del libro. El ramo de flores pintado por Henri Fantin-Latour a finales del siglo XIX es reutilizado en la portada del disco Power, Corruption and Lies del grupo británico New Order insertando en su extremo superior derecho una serie de cuadrados de colores. Esos patrones de «pruebas de color» son el recuerdo que tiene Mallo de haber pensado por primera vez que algo parecido a un residuo, a un trozo de basura (algo que, en cualquier caso, «no debería estar ahí»), era introducido en una obra original para, sin perder su esencia, transformarla y dar lugar a una obra nueva. Partiendo de esa idea, Mallo sugiere en primera persona vías de pensamiento sobre la cultura contemporánea que se entrecruzan desde dos tesis fundamentales

Por un lado, el sambenito crítico que le considera desde sus inicios como el adalid de la literatura fragmentada queda desmontado mediante una nueva óptica sobre el discurso de la fragmentación de eso a lo que llamamos realidad. Mallo entiende que la realidad no ha estado, ni está, ni estará nunca fragmentada, sino organizada en red, conformando una colectividad de resultados e ideas conectadas. El mundo posmoderno, por tanto, no es un mundo donde la unidad de lo real se haya fragmentado, sino un mundo en el que lo múltiple aparece de manera espontánea en forma de red. Se trata de un «arrastre» de lo que hubo y lo que hay hacia un espacio «borroso» en el que las cosas pierden su territorio específico. Desde esta óptica, el tiempo no es algo que avanza según una recta, supone, por el contrario, un entrelazamiento de capas de momentos históricos que en ese apilamiento se van cediendo materiales las unas a las otras por una especie de ósmosis. Residuos que dan lugar a un tiempo extenso, «topológico», que busca asociaciones entre objetos, ideas o entes que se dan simultáneamente. Cada punto de la Historia es una superposición de toda la Historia, una red en la que pasado, presente y futuro también suceden de modo sincrónico, todos al mismo tiempo, anudándose en una simultaneidad temporal.
La segunda tesis que recorre transversalmente el libro parte de este nuevo orden para hacer referencia a una nueva identidad del creador en esta «realidad aumentada» en la que cada generación, cada movimiento estético o cada cosmovisión del pasado ha ido dejando sus residuos. Desde esta dimensión, la humanidad no crea a partir de la excelencia, sea en el arte o en la ciencia, sino utilizando la basura que deja el pasado, los residuos que, sin pretenderlo, fueron dejando artistas, científicos y creadores a lo largo del tiempo. Cita a Heráclito cuando dice que «el mundo más bello es la basura esparcida al azar» para referirse a esos residuos materiales o simbólicos que, sin orden ni taxonomía, se amontonan ante nuestros ojos y pasan en este tiempo topológico a ser considerados como residuos complejos, coherentemente conectados en múltiples redes, culturalmente aprovechables de otro modo. Mallo rastrea cuánto hay de complejidad en los productos culturales actuales en tanto que residuos activos (con sugerentes ejemplos muy bien traídos) y denomina «realismo complejo» a esas nuevas ligaduras que no suelen darse en un plano temporal y que suponen una reorganización, espontánea o no, que genera nuevos objetos y nuevos objetivos. Los intentos de reunificar todo esto forma parte de la nostalgia de algo que, a su vez, también era mera ilusión, una mentira consoladora, a saber, la existencia de una temporalidad más o menos lineal.
Desde esta nueva perspectiva creadora, el «yo» tampoco cuenta con un centro fijo. El artista contemporáneo se arma de una identidad que nada tiene que ver necesariamente con la de sus orígenes geográficos, típicamente unidos al tiempo, al lenguaje y a la tradición de un lugar. Una identidad, en cambio, que se revela como nomadismo estético, producto de todos los tránsitos que realiza de espacio en espacio en una combinación de redes digitales y analógicas. Un nomadismo que, en vez de raíces, genera adherencias que conforman su propia identidad como un espacio de relaciones desde el que poder construir mediante correspondencias que antes no existían. Introducir desvíos. Esa es la prueba de color. Pensar es, en definitiva, construir correspondencias.

Teoría general de la basura
Agustín Fernández Mallo
Galaxia Gutenberg, 2018
450 páginas // 23.50€