En los libros de Sergio Chejfec se camina mucho. Los personajes se predisponen a la caminata con la expectativa que genera un viaje. El recorrido produce un ecosistema mental sustentado por la diversidad de una rumia de cambios espaciales a velocidad humana. Sus personajes son rumiantes cerebrales que encuentran en la velocidad que imprimen las dos piernas el ritmo adecuado para avanzar en sus pensamientos. El espacio adquiere el protagonismo que otros autores otorgan al tiempo.
De ahí me parece que procede el modo especulativo de libros como Teoría del ascensor (2016), Modo linterna (2015), Baroni: un viaje (2010) o Mis dos mundos (2008). Esa especulación le permite al autor trabajar la tenue frontera que separa la realidad de la ficción de un modo muy peculiar. Incluso estaría por definir un género que abarcara su escritura, algo que Jiménez Morato ha postulado como escritura de «no no-ficción».
De entrada, como escritor, Sergio Chejfec es otra cosa que, efectivamente, resulta más fácil definir diciendo lo que no hace. Tampoco es que se ponga en el lugar de un emisor de ficción, por decirlo así. Su recurso es introducir la idea de ficción o el valor de lo real dentro del desarrollo del relato como si ambos fueran elementos interiores que dependen de su desarrollo. Tampoco parece que esto obedezca a un plan, simplemente es como se termina dando.
5 participa de estas premisas para dar un paso adelante. En marzo de 1995, Chejfec residió temporalmente en una ciudad pequeña, silenciosa, plana, indiferente, abierta a un estuario. Ese espacio le señala como anónimo y en él, por ese motivo, se ve en condiciones de tratar de imaginar alguna verdad, pero no una verdad como encadenamiento de hechos, una verdad que hable de una sucesión, sino como un estatuto sentimental. Mejor lo dice él:: «Uno se quedaba perplejo ante la pobreza natural. La única profusión era la del silencio. Pensé entonces que habitantes de un lugar así sólo podrían ser sobrevivientes literarios de la última utopía individual de nuestras letras, la que vio en el interior espiritual − sentimental, moral − el pliegue más profundo del mundo». Chejfec se instala en la ciudad como invitado de una residencia que acoge a un escritor de manera individual durante ocho semanas con la única consigna temática de considerar la ciudad o alrededores como tema de sus libros o, al menos, que su acotado mundo circundante apareciese de manera indirecta. Este libro, titulado enigmáticamente con una cifra, incluye en su primera parte el relato escrito por Chejfec para la ocasión, titulado Cinco (con letra), un texto de tono errático en el que el narrador encuentra un cuaderno y comenta las anotaciones hechas por el autor en su deriva por esa misma ciudad. Hay en esas notas un tono contenido que bordea la confesión y recurre al apócrifo «como una manera de enaltecer sin gravedad lo cierto, aquello que de ser expresado libre de camuflaje estaría más cerca de la impostura que de la sinceridad».
Durante mucho tiempo, Chejfec pensó que había escrito ese relato con la única intención de reescribirlo cuando se lo propusiera. Pero con el paso del tiempo, el original se fue volviendo definitivo, «cristalizado en su circunstancia». Por tanto, más que reescribirlo, se propone una explicación, un texto que no explique exactamente, de hecho no se refiere de forma explícita al relato escrito en ningún caso, sino que subraye los puntos de origen de esa historia inconclusa en su propio contexto. Una intervención explicativa como forma paralela a la ficción. Ahí es donde se produce el deslizamiento de Cinco a 5, en la inclusión de la «Nota», cuya extensión ocupa más de la mitad del volumen. Ese deslizamiento lo provoca un matiz de la perspectiva, un soplo de aire sobre la narración de su estancia que la deja perfilada como una modesta y atenta disposición comunicativa. La apertura del volumen se ilustra con tres fotografías tomadas desde el balcón de su apartamento en el ático del edificio de la residencia, imágenes que irradian una especie de indecisión, de «presencia pensativa» en sí mismas.
En dicha «Nota», comienza narrando la secuencia de su salida de la residencia acompañado por el director y la esposa de este. Una narración que se orienta hacia atrás, haciendo uso de la memoria para especular acerca de las condiciones inestables de todo «interinato», acerca de su propia condición de escritor, de las relaciones mantenidas durante la estancia con el director, con un chófer de autobús y con los parroquianos de un café llamado «Las cinco Letras». El paisaje nocturno del estuario y de un esquemático puerto se convierten en su compañía más habitual: «Dedicaba pensamientos a ese panorama como si se tratara de un escenario viviente». La promesa de navegación de un transatlántico construido en el astillero promueve en su ánimo una idea de la escritura como singladura discursiva que va tomando cuerpo en su forma de estar en la ciudad, en su carácter de provisionalidad, hasta el punto de marcar un antes y un después en sus libros. Primero, porque se pliega al engranaje de escritor visitante y luego, cuando ha pasado el tiempo y la residencia ha quedado atrás y representa un punto acotado en el pasado, porque ese mecanismo de acontecimientos laterales que pasan desapercibidos, de sub-acciones combinadas en el que ha vivido provisionalmente, se instala de forma permanente en sus hábitos y en su voluntad. No hay interés en los recuerdos como hechos en sí, para ser recordados, sino que le interesan, más bien, como experiencia de pensamiento. Los libros posteriores de Chejfec son por ello una especie de navegación narrativa, se van desarrollando de forma reflexiva sobre la propia realidad narrada. Algo así como una narrativa flotante. Pero tampoco estoy muy seguro.

5
Sergio Chejfec
Jekyll & Jill, 2019
180 páginas // 20.00 euros