Antes de convertirse en el emblema de la novela moderna, Miguel de Cervantes decía con resentida precisión: «Eso que llaman Fortuna es una mujer borracha y antojadiza, y sobre todo, ciega, por eso no ve lo que hace, ni sabe a quién derriba ni a quién ensalza».

El reconocimiento que un autor disfruta o padece por sus lectores es un fenómeno maleable por definición. Moisés Mori es un buen ejemplo de ello, admirado por Vila-Matas, pero siempre por debajo de la línea de flotación que separa el consumo minoritario de la celebridad. Escenas de la vida de Annie Ernaux, uno de esos libros que justifica una carrera literaria, podría ser El Quijote de Mori si hubiera contado en el momento de su publicación con el reconocimiento que se merece.

Estamos ante un autor inclasificable, cuya escritura siempre ha seguido una vía singular, de procedimiento libre, más pendiente de los desvíos que de los atajos. En sus libros se cruzan diversos géneros, desde el ensayo a la ficción, punteando una suspensión poética y una erudición creativa culminada sutilmente en autobiografía literaria.

Todos sus libros ofrecen hasta el momento el ideario de una escritura arraigada en el comentario sobre otros autores y autoras, libros que se conciben como ensayos en el sentido literal del término, como una ruma de la crítica literaria, pero huérfana de teoría. En ellos resulta palpable la intención de dar entidad literaria al comentario crítico, situándose en un lugar indeterminado y abierto por el que transita a solas, apechugando con la severidad que impone la falta de compañeros de viaje, pero disfrutando de esa libertad, también.

Escenas de la vida de Annie Ernaux es una obra monumental, no solamente por su envergadura física, que también, sino, y sobre todo, por el proyecto literario que llega a consumar. No hay en este libro una sola página de transición, de relleno, de truco de perro viejo. La narración, que lo es, se presenta como un diario de lecturas durante cuatro años, tal como se anuncia en el subtítulo. Sin embargo, cuando uno se adentra en ese diario, a medida que avanza, tiene la impresión de estar leyendo una novela, pues apetece seguir leyendo para saber qué pasa, genera una intriga impropia del género ensayístico. Según avanzamos, el personaje central, por decirlo así, no solamente es la escritora Annie Ernaux, sino el propio narrador al contar su lectura global, literatura y vida, de la escritora francesa. Un narrador que durante muchas etapas del camino permanece escondido en los epígrafes de cada capítulo, pero que aparece de súbito en el tramo final decidido a ocupar un espacio protagonista.

Con todo, Escena de la vida de Annie Ernaux no deja de ser una exhibición de lo que el ensayo como género puede dar de sí. Ni Ernaux ni sus novelas son un mero pretexto en el discurso argumentativo, adquieren carne, entidad física, presencia de personaje, por un lado, y de historias abiertas, por otro.

Estamos acostumbrados a constantes revisiones de los procedimientos narrativos por parte de la ficción, pero no es habitual una revisión de tal calibre en el ámbito del ensayo. Mediante una indagación personal, histórica y biográfica, el narrador interviene expresa y directamente con su punto de vista por bandera, por lo que se modela como personaje cuya acción consiste en la lectura de la obra de Annie Ernaux y escribir un diario de sus lecturas. Y todo ello, como vamos intuyendo, responde al puro azar de los encuentros imprevistos, y el ritmo de la respiración aumenta casi como en un thriller.

Fragmentos de Escenas de la vida de Annie Ernaux

«La obra literaria de Annie Ernaux se apoya la exposición sociológica y la historicidad de los hechos, pero esos materiales constituyen en suma recursos narrativos, esto es, mecanismos de la subjetividad escrita, de un discurso (conocimiento, rebeldía, exhibicionismo, coartada) que no llamamos neurastenia sino literatura. Pero el hecho de constatar esta cara retórica no vacía los textos de su penetración sociológica, de su fibra política; al contrario, es con esos presupuestos sociopolíticos como comprendemos mejor la subjetividad de la autora, su elaboración literaria, la exposición pública ya sea del cuerpo y del deseo, de la enfermedad y el dolor, de los sueños». (p. 188)

«La propia exhibición de lo íntimo tiene una naturaleza política, supone la conquista de un espacio público, pues con solamente salir a la luz actúa contra el orden ideológico, desenmascara las buenas maneras de los poderosos, provoca un debate, pone en cuestión la idea de la literatura como bellas letras». (p. 254)

«La mirada sobre los demás es, ante todo, una mirada moral». (p. 285)

«En efecto, tal como demuestra esta escena a la vuelta de Ruán, la chica ya no ve a su madre con los ojos inocentes y sin distancia, es decir, con los de la gente baja (¿baja/alta?), los de sus familiares y vecinos, a todos los cuales les hubiera parecido completamente normal el aspecto de la tendera (¿acaso no estaba durmiendo?) y nunca hubieran echado en falta, por ejemplo, una bata sobre el camisón. A.E. puede ver a su madre reflejada en los ojos pasmados de su profesora y de sus compañeras, porque justamente ella ha aprendido a mirar desde otro lugar, ha adquirido esa otra mirada cultural». (p. 295).

«No es fácil reconocerse siempre el mismo, admitir la existencia de una identidad esencial. Seguramente sólo somos una construcción imaginaria (calcada de las novelas, de la publicidad, de lo que hemos visto), apenas un relato vital que en apariencia nos constituye y nos otorga la sensación de permanencia. Así es, un argumento. Un peón del juego social». (p. 314)

«Con todo, tarto de aprovechar esas ideas, resuenan también en La vergüenza: ‘la memoria no me aporta ninguna prueba de mi permanencia o de mi identidad. Al contrario, me hace sentir y me confirma mi fragmentación y mi historicidad'». ( p. 315)

«¿Por qué habría de interesarme la literatura? Ya sé, para reemplazar mi déficit con las palabras, con una ilusión: sí, no otra cosa significa este diario. Pero ya no escribo, me olvido de todo: miel blanca y cerveza de amapola. Agua, agua en los bares. No me interesa nada. He dejado de nuevo el tabaco». (p. 693)